Aunque el firmamento no se puede conocer plenamente por la inteligencia humana e impone su presencia desmedida y sublime, el ser humano cultiva un modelo verbal, iconográfico y matemático cada vez más puntual del cosmos que habita. De esta suerte, el entendimiento que difunden la astronomía, la astrofísica y la cosmología es crucial para mejor vislumbrar el mundo y situar en él a la criatura humana, tan minúscula en talla como relevante en conciencia. Aún más: el modelo actual del universo constituye una auténtica cosmovisión que no sólo ensancha la apariencia del mundo, sino amplifica y depura el propio medio de ese saber. Este medio es una conciencia avanzada que depende de operaciones del cerebro en trabazón con su inacabable entorno mediante la percepción y la destreza, la imaginación y el raciocinio, la intuición, la metáfora o el azoro. Desde esta perspectiva se perfilan como tareas de trascendencia evolutiva la contemplación y el abordaje de los misterios y maravillas que la investigación del universo detecta en su avance.
El presente texto explora el ascenso en conciencia y saber que precisan e imponen estos conocimientos, y cuyo fundamento es la función cerebral, un intracosmos tan fascinante y difícil de dilucidar como el propio universo sideral. La conciencia cosmológica es entonces la mentalidad expandida que reclama la ancestral contemplación del cielo estrellado, amplificada hoy con los instrumentos, las faenas y las teorías de la astronomía. El ensayo enuncia y aborda algunos elementos de esta cosmología cognitiva, la cual, con obligados ingredientes filosóficos, estaría encajada entre las neurociencias cognitivas y las disciplinas que definen la actual cosmología, sin dejar de lado manifestaciones literarias y artísticas que también aluden a la situación humana frente al cosmos.